viernes, 11 de diciembre de 2009

OJOS DE PLASMA

Una vez me quedé mirando durante mucho tiempo el cielo tras los barrotes de la ventana de mi celda. Lo que vi me impresionó. ¿Piensas que es una metáfora? Te equivocas. Ese día, créeme, el cielo tras los barrotes impresionó mis ojos. Salí de la cárcel pero lo veía todo como si siguiese dentro de mi celda. Caminaba por la calle, me daba el aire en la cara, me rozaba con otras personas, pero seguía viendo las cosas desde detrás de unos barrotes: la gente, los lugares, los objetos, todo cortado por líneas verticales. Me dijeron: "Tienes una obsesión", y busqué un psiquiatra. Él escuchaba, tomaba notas. Yo hablaba de mis delitos, de mis culpas, de modo como había ido olvidando el rostro de mis hijos en tantos años de encierro y de los barrotes que no podía quitarme de los ojos.
- La visión del cielo a través de la ventana de mi celda me impresionó. Tengo los barrotes en los ojos.

Él hacía juegos de palabras; le complacía su ingenio.

- Usted lo ha dicho: "impresionó". Una "impresión", que, en su caso, sería como decir "en prisión". ¿Se da cuenta? Psicológicamente, todavía está usted "en prisión". Tiene que encontrar su verdadera libertad.

Tenía sentido, pero a mí me pasaba algo en los ojos. A eso él no le daba ninguna importancia.
Un vendedor de electrodomésticos me lo aclaró:
- No ponga en pausa el DVD ni tenga encendido el televisor con imágenes fijas mucho tiempo; se sobreimprimen en el plasma y después las verá siempre superpuestas a todo lo que salga en pantalla.

¡Así pues, mi problema era físico! Acudí al oculista.

- Tengo ojos de plasma. Se me han grabado unos barrotes en ellos.

- Eso es sólo una impresión.
- ¡Claro! ¡La impresión de unos barrotes en mis ojos de plasma!
Me mandó al psiquiatra.
Sigo yendo a terapia. Voy porque me consuela, pero mi enfermedad está en mis ojos, no en mi cabeza. Creo que nací con los ojos de plasma, pero nunca hasta aquel día miré nada tan fijamente durante tanto tiempo. Todo pasó demasiado rápido por mi vista. Debí mirar con la misma fijeza las caras de mis hijos antes de perderlos. Hubiese sido bonito ver el mundo a través de esas caras el resto de mi vida. Pero sólo fui capaz de mirar los barrotes de la ventana de mi celda.